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jueves, 31 de mayo de 2018

Mayo del 68


Megáfono

El rotulador rojo chirriaba sobre el cartón produciendo dentera a cualquiera. Era el que había, uno viejo y muy usado que había que pasar varias veces para que las letras fueran legibles. Jesús observaba detenidamente a Vicente, eran como una fotocopia el uno del otro, nariz y orejas grandes, ojos verdes cristalinos y labios gruesos. Solo les diferenciaba físicamente los surcos que el paso del tiempo estaba creando en el rostro de Vicente.

—¿Por qué estamos dibujando esto, padre?
El rotulador dejó de chirriar. Las miradas se cruzaron en un océano de esmeraldas. Los pensamientos también.

—Es esto o abandonar España para irnos a buscar la vida a Argentina —contestó Vicente poniendo con afecto una de sus manos curtidas por el esfuerzo de la vida encima del hombro derecho de su hijo—. Como tus tíos. Y eso nunca. ¿Lo entiendes, hijo?
El guaje de once años se quedó pensativo por unos segundos, atento. Tampoco tardó en reaccionar.
—Claro padre, hay que seguir luchando por nuestros derechos y por la Democracia—afirmó rotundo con una sonrisa de complicidad.
—Eso es, hijo, eso es —repitió Vicente orgulloso mientras le acariciaba la cabeza despeinándolo y devolviéndole la sonrisa.
El pequeño esperaba ansioso mirando por la ventana el regreso de su padre de otra manifestación más aquel Mayo del 68, estaba solo y asustado, su madre murió el mismo día que él nació. Acababa de ver correr a varios hombres. No consiguió ver si su padre se encontraba entre ellos cuando estos doblaron la esquina.

—¿Te gusta padre? —dijo Jesús.
Vicente no perdía de vista como había quedado la impresión de la pancarta, Jesús la había llevado a un centro de diseño gráfico al lado del Museo de Bellas Artes, cerca de la Catedral de Oviedo.
—Sí, es bonita, hijo —respondió Vicente casi sin separar los labios.
En el fondo a él le gustaba más contornear los carteles de puño y letra, como se hacía antes, pero los síntomas parkinsonianos comenzaban hacer mella en sus manos atestadas de arrugas. Su última manifestación hace cincuenta años casi le cuesta la vida. De hecho nunca volvió a ser el mismo.
—¡Vamos, padre! —dijo Jesús con ímpetu—. Te ayudo a subir a la silla.

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