El rotulador rojo chirriaba sobre el cartón produciendo dentera a cualquiera. Era el que había, uno viejo y muy usado que había que pasar varias veces para que las letras fueran legibles. Jesús observaba detenidamente a Vicente, eran como una fotocopia el uno del otro, nariz y orejas grandes, ojos verdes cristalinos y labios gruesos. Solo les diferenciaba físicamente los surcos que el paso del tiempo estaba creando en el rostro de Vicente.
—¿Por qué estamos dibujando esto, padre?
El rotulador dejó de chirriar. Las miradas se cruzaron en un océano de esmeraldas. Los pensamientos también.