Hartas de
que les restregaran culos y más culos, a veces de nalga izquierda y otras de
nalga derecha, casi siempre cargados de mierda, la bancada azul se intercambió
por la colorada. No fue por decisión propia. O quizá sí. Esta vez les
desconcertó el repentino cambio de ubicación, fue como si les arrancaran el
cuero a tiras. Querían pensar para entender, razonar para comprender. Conocer
para saber a qué venía ahora esto de aflojar y apretar tornillos, pero no
entendían nada. Y no era las únicas.
Las
discusiones retumbaban en su eco con potencia incontrolada. El acuerdo
imposible en la lucha de voces y clases lejos del ojo indiscreto de cámaras e
iris de colores se alargaba en el tiempo sin dar tregua para el descanso, ni
siquiera durante las noches. Frente a frente. Rojo y azul. Una vez más, pero
ahora con el sol iluminando sus pieles desde otro ángulo. Frío, a pesar del mes
de junio. Midiendo sus movimientos. Comenzaba otro partido de duración
indeterminada por la disputa de todo, menos lo de todos.
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