El
relieve grisáceo en forma de gotas seguía igual que ayer en la pared de la
habitación. Rosa hoy tampoco había venido, y ya eran demasiados días. Los dedos,
curtidos por una vida de lucha, de la mano izquierda de Jesús eran apretados
por el pulgar y el índice de la mano derecha. A pesar de ello, no lograba detallar
cuantos días eran. Pero hoy tenía muchas esperanzas, por la mañana le había
sonreído risueña Celia, la enfermera, había comido un caramelo de regaliz, sus favoritos,
y la luz del atardecer seguía briosa en el océano de sus ojos. Quedaba tiempo.
Su
paciencia fue recompensada al ver entrar a Rosa con un anillo idéntico al suyo.
Jesús era un gran observador.
El
beso de despedida, igual de tierno que en 1961, marcó el final del encuentro.
“Mañana
nos vemos como siempre mi amor, traeré más caramelos”.
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